Lecturas del Quijote, por Emilio Martínez Mata, catedrático de la Universidad de Oviedo.
Presenta: Francisco J. Borge, director del Departamento de Filología Inglesa, Francesa y Alemana de la Universidad de Oviedo,
• Martes, 22 de marzo de 2016
• 20.00 horas
• Aula Magna. Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo
A pesar del gran número de escritores apasionados del Quijote, entre ellos, los grandes novelistas de nuestra época (algunos de los cuales, como William Faulkner o Carlos Fuentes, convertían su lectura anual en un ritual laico), en España una buena parte de lo que podríamos llamar lector común no se interesa por nuestra obra más universal.
El Quijote resulta un libro mayoritariamente incomprendido por una razón fundamental: ese lector común busca en el texto el mito del Quijote y le resulta muy difícil encontrarlo. El mito del Quijote, el que conocen todos sin necesidad de haber leído la obra, está construido sobre la interpretación romántica. Según esa lectura, Cervantes nos habría ofrecido el inevitable fracaso de los más puros ideales ante la terca realidad. Para Carlos Fuentes, el Quijote mostraría la poesía y la prosa de la vida, las dos facetas del alma humana, idealismo y materialismo, representadas por los dos protagonistas.
La fuerza del mito, que ha cobrado vida propia con independencia del texto, ha tenido como consecuencia que buena parte de las lecturas del Quijote posteriores al Romanticismo, incluyendo las actuales, se hagan todavía con los presupuestos románticos, a pesar de que obedecían a concepciones estéticas e ideológicas muy distintas de las nuestras.
A este respecto, Anthony Close, quien mejor había explicado las deudas de las interpretaciones del XX y del XXI con la romántica, se planteaba hasta qué punto el sentido de un clásico como el Quijote está sujeto a cambio con el paso del tiempo. Si bien era consciente de que un clásico desborda el propio texto generando una serie de ecos y sugestiones que revierten sobre la propia obra (el planteamiento de Bajtín, Borges, Canavaggio…), alertaba del riesgo de que buena parte de la interpretaciones posteriores al Romanticismo resultan no ya prolongaciones del sentido literal de la obra sino más bien divergentes.
La espita abierta por los románticos se ha convertido en un camino peligroso por la alegría con la que nos hemos arrojado a él. El personaje de don Quijote lo mismo sirve, entre otros muchos ejemplos, para justificar la guerra de Irak que como defensor de los pueblos oprimidos por la tiranía. Se ha convertido en paladín de los valores de actitudes ideológicas opuestas, al igual que en el siglo XIX fuera interpretado desde la perspectiva reaccionaria o, por contra, liberal. Así que el lector sensato se ve impelido a desconfiar de esas lecturas incompatibles y a liberarse de la obligación de encontrar su “lectura” del Quijote, el arcano significado de la obra sobre el que ni siquiera las mentes más preclaras han sido capaces de ponerse de acuerdo. Llegados a este punto, el lector haría bien en arrumbar el mito, evitando además la exigencia de identificarse con alguna de las interpretaciones existentes, y disfrutar por sí mismo, sin filtros previos, del texto de Cervantes, mucho más rico y complejo que el estereotipo que ha producido.