La formación que recibió el joven Alarcos Llorach en la universidad vallisoletana, bajo la supervisión de su padre, estuvo centrada fundamentalmente en el dominio de las lenguas clásicas, así como el estudio de la Lengua y Literatura Españolas. Ya en Madrid, toma contacto con la otra vertiente filológica, es decir, con la Historia del Español, con la Filología Románica, con la Dialectología.
Alarcos realiza su tesis sobre un texto medieval, El libro de Alexandre, obtiene poco más tarde la cátedra de Gramática Histórica de la Lengua Española de la Universidad de Oviedo y a lo largo de su vida impartirá fundamentalmente esta materia. Todo lo hacía bien. Pero si hubo algún rincón de la lingüística en la que se sintiera cómodo y feliz, ese fue el estudio de los textos antiguos. Quien lo conozca por sus publicaciones de Fonología y de Gramática sincrónicas, al examinar su bibliografía quedará impresionado por la cantidad de publicaciones que dedica a autores medievales y clásicos. Aparte de los recursos literarios, en todos estudia las características fónicas, gramaticales y léxicas de su lengua.
A Alarcos le debemos la explicación más sistemática de la evolución fonológica del español y de las lenguas peninsulares. Su estudio sobre la evolución del verbo español es admirable. ¡Cuántas notas léxicográficas salieron de su pluma o de su Olivetti azul de letra diminuta!.
Su pasión por los textos medievales y renacentistas no le impidió saborear la prosa y la poesía de nuestros contemporáneos. Con su buen hacer y con su decidido compromiso con la modernidad Alarcos ha contribuido a modificar la imagen social del estudioso del lenguaje. D. Emilio no sólo estudió a Machado y Baroja, sino también a Miguel de Unamuno, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Ángel González, Jorge Guillén, José Hierro, Francisco García Pavón, Antonio Muñoz Molina, José Caballero Bonald…